El origen y la historia del pan de muerto se remonta a la época de los sacrificios humanos y a la llegada de los españoles, allá por el año 1519. La historia dice que era un ritual que cuando una princesa era ofrecida a los dioses, su corazón aun latiendo se introducía en una olla con amaranto y después quien encabezaba el rito mordía el corazón en señal de agradecimiento a un dios.
Los españoles rechazaron ese tipo de sacrificios y a cambio elaboraban un pan de trigo en forma de corazón bañado en azúcar pintada de rojo, simulando la sangre de la doncella. Así surgió el pan de muerto.
La forma circular que tiene el famoso pan simboliza el ciclo de la vida y la muerte. En su parte superior, en el centro, surge un pequeño círculo que representa el cráneo, las cuatro canelillas hacen alusión a los huesos y a las lágrimas derramadas por los que ya no están.
Colocadas en forma de cruz pueden simbolizar los cuatro puntos cardinales consagrados a los distintos dioses, Quetzalcóatl, Tláloc, Xipe Tútec y Tezcatlipoca.
El pan de muerto es un reflejo del la fusión entre dos mundos, el prehispánico y el español, entre la alegría de los pueblos mexicanos por festejar a la muerte y el tradicional uso del trigo en el mundo católico europeo.
De acuerdo con algunos cronistas gastronómicos, la industria del pan en México comenzó en el siglo XVIII con gran influencia europea. Al principio los panes eran masas burdas y poco elaboradas, pero poco a poco se convirtieron en piezas más refinadas. Las técnicas de elaboración se basaban en el desgranado, la molienda, fermentación y el cocimiento que se iban adquiriendo con la experiencia.
Donde hay mayor tradición y consumo del pan de muerto es en el centro y el sur de México, Oaxaca el estado con más variedad de formas, desde flores y corazones, hasta animales como caballos, burros, conejos, tortugas y cocodrilos.
En el Estado de México podemos encontrar las llamadas “muertes”, un pan antropomorfo con figura humana, hecho de yema de huevo y canela.
Una de las teorías que se cuentan sobre el origen de esta tradición se vincula a la asociación del pan de la eucaristía, influencia de la religión católica que los evangelizadores españoles introdujeron a su llegada a los indígenas. También se asocia a la costumbre azteca de ofrecer doncellas en sacrificio a los dioses y colocar su corazón en un recipiente de amaranto.
La última hipótesis que defienden algunos historiadores es que los antiguos pobladores de Mesoamérica enterraban con sus pertenencias a los muertos con un pan elaborado con semilla de amaranto mezclado con la sangre de los que eran sacrificados para los dioses.
Cualquiera que sea el verdadero origen de este alimento ancestral, no podemos negar que disfrutamos comerlo y colocarlo en ofrendas para festejar a nuestros difuntos en esta época del año en que desfilan originales catrinas, los cementerios se ven adornados con vistosas flores y celebramos a la muerte de una manera muy especial.
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